Aquí transcribimos fragmentos de un testimonio de quien conoció a Madre Benita
Testimonio de Sor. Acacia del Corazón de Jesús Novaro, Vicaria General del Instituto de las Siervas de Jesús Sacramentado.
A mi juicio, la Sierva de Dios María Benita tenía una fe muy profunda que se manifestaba en sus devociones, que eran: la devoción a la Santísima Trinidad , por la que hacía rezar el Trisagio todos los días a niñas del taller, mientras estaban trabajando; al Santísimo Sacramento, que era su devoción predilecta y por la que dedicaba largas horas a la Adoración , no solamente en las horas ordinarias establecida por regla a todas las Hnas. sino también en horas extraordinarias, que la sierva de Dios se imponía, cosa que hacía con frecuencia; estableció la comunión tres veces por semana, además de los domingos. Tuvo también una devoción extraordinaria hacia la Santísima Virgen. Asimismo la Sierva de Dios Benita Arias, mostró una devoción muy particular a San José, nombrado por ella protector y Patrono de su instituto.
En lo que refiere a hechos prodigiosos, se cuenta que el cuadro de la Virgen del Carmen, al que la Madre Benita Arias tenía tanta devoción, abrió los ojos, que tenía cerrados por defecto del pintor, y hasta el presente los tiene abiertos. Tenía un total desprendimiento de las cosas del mundo, viviendo en la mayor pobreza y nunca vacilaba su confianza en los momentos difíciles, y oí decir por las religiosas que había quienes le criticaban como imprudencia su excesiva confianza. Creo que ella no tenía en su vida otro fin que el cumplimiento de la voluntad de Dios. Durante su enfermedad siempre se la vio en total serenidad y vio llegar la hora de la muerte de la misma manera, disponiendo todo con tranquilidad.
Estoy convencida que la Sierva de Dios tenía un gran interés en la salvación de las almas, que fue el objeto que la llevó a fundar su Instituto: lo demostró con su empeño en la enseñanza del Catecismo, que impartió personalmente durante muchos años con un gran sacrificio, yendo todos los días personalmente adonde ahora se encuentra la actual “Casa de Jesús”, donde había hecho levantar una carpa que le sería provisoriamente para la enseñanza del Catecismo, y a veces para hacer celebrar la misa del domingo. Durante el trayecto para llegar hasta allí, se detenía en un cuartel para enseñar el Catecismo también a los soldados, a sus mujeres e hijos. Hizo esto durante seis años consecutivos, con el relativo sacrificio que significaba el llegar a esos lugares a pie o con un vehículo incómodo; en uno de esos viajes, el vehículo volcó y la Madre Arias se fracturó tres costillas.
Ella tenía una gran compasión por los pobres y los necesitados y se privaba de lo que era necesario en casa para poder socorrerlos. Nunca mostró hacia los pobres dureza o impaciencia de ninguna clase; se interesaba especialmente por los enfermos, cuando alguna Hermana estaba enferma hacía lo posible por tenerla cerca, para estar segura de que era asistida lo mejor posible. Por su amor a los enfermos y a sus almas ella aceptó que la congregación tomara sobre sí la asistencia de los hospitales cuya atención era más difícil, que eran el hospital Fernández (Sifilicomio) y el hospital Muñiz, que entonces se llamaba Lazareto, donde se asistían leprosos, tuberculosos, enfermos de viruela, de cólera, etc. Además (esos hospitales) eran extremadamente pobres, y eso hacía más difícil las tareas de las hermanas. Cuando se trató de asumir el cuidado de dichos hospitales, la sierva de Dios nos dijo que nosotras iríamos, porque “se ganaba mucho para el cielo”. Personalmente, la Sierva de Dios, en tiempo de epidemia de viruela y de cólera, asistía a las niñas enfermas.
He visto en la Sierva de Dios Benita Arias una fortaleza extraordinaria, que la impulsaba a soportar siempre con paciencia todas las cosas, dominando las dificultades, las calumnias, las enfermedades, etc. No se dejaba abatir ni por las contrariedades ni por las tribulaciones; aconsejaba esa misma actitud a las hermanas en los momentos difíciles. Nunca deseó honores o comodidades. Cuando la llamaban “fundadora”, parecía que estuviera contrariada, atribuía su obra a Dios y a la colaboración de sus hermanas y benefactores.
Los primeros tiempos del Instituto fueron muy difíciles debido a la falta de medios económicos; cuando la Sierva de Dios estaba en Roma y el Santo Padre le preguntó sobre qué había fundado su casa, ella le respondió: “sobre la Providencia ”, esta siguió siendo su respuesta a todas las dificultades de orden monetario que se le fueron presentando. Cuando la Madre Arias se instaló en el Hospital Fernández, en donde debió enfrentar serios inconvenientes por el tipo de personas que allí acudían, comenzó poco a poco a catequizar a las pobres mujeres del mismo, hizo celebrar la misa en la capilla provisoria los domingos, y a esas misas asistían los enfermos que podían moverse por sus propios medios y que expresaban sus deseos de hacerlo. La Madre María Benita tuvo éxito en conseguir que algunas de las pobres mujeres del hospital dejaran la vida de pecado y se convirtieran. A aquellas en las que la Madre veía una mejor disposición, las hermanas les enseñaban el Catecismo; a todas las pobres mujeres les daba consejos y las trataba con mucha caridad y dulzura y de esta forma tenía más éxito, porque ellas la trataban con mucho cariño, al pasar, la Madre les ofrecía su crucifijo para que lo besaran, llevaba el mismo sujeto a una cadena.
Por todo lo que sentí acerca de la Sierva de Dios, María Benita Arias, ya sea por lo que nos decía a nosotras las niñas, por los consejos que les daba a las religiosas y por su comportamiento en todas las circunstancias de su vida y de las que fui testigo, he sacado la conclusión de que la Madre practicó en grado extraordinario la virtud de la esperanza. Recuerdo ahora el fervor con el que recitaba en voz alta esta oración: “Dios sea loado, loado sea el Santísimo Sacramento del Altar; Dios sea reverenciado, sea amado por todas las criaturas, Amén”.
